viernes, 26 de septiembre de 2014

FEDORA

Los cascos puestos, mientras tomo mate 
y defragmento el disco duro, quieto 
en mi sentida soledad o soto; 
y al cuerpo ya no duele el acicate, 
no rugen ya los autos al pasar. 

Retomo mi costumbre, casquivana 
por excesiva: pergeñar los roces 
--tabaco con que aromo la mañana, 
que arribará--, por si rompo los goces 
de la distancia: nido, fiel durar. 

¿Con qué saldrá la luz 
de un sol que va viniendo? 
¿Cómo contar de sus 
caprichos y aspavientos? 

Miro los ventanucos, 
descanso en el apero 
y, entre malvados cucos, 
veo que llega Vero. 

martes, 16 de septiembre de 2014

VEREDA DE MI HOGAR

Yo tengo que colgar un ataúd 
(el yo: los otros) de las flores, dichas 
por los que ya no están (aún se escuchan) 
porque pasaron y, a la vez, reír 
--o sonreír, quizá-- porque el renuevo, 
esto es, la primavera --¡rotación!--
hizo que de ramitas varias nuevas 
hojitas (yemas, brotes) se formasen: 
señal de actividad. "¡Cinco minutos!", 
canta Marisa Monte: ¡la delicia 
de ir viendo la pezuña (ése, su nombre)
de vaca cómo crece...! Se aminora 
de nuevo la mirada: cuando riego
en la vereda. Hacerlo. Renacer.

jueves, 4 de septiembre de 2014

DE NOCHE

Un auto bruscamente clavó frenos
muy cerca mío. Negro. No le vi 
la cara al conductor. De la vereda 
de enfrente asceleró, frenó a mi lado 
y ahí permaneció, con el motor 
latiendo, gran vulpeja que se esparce. 

Seguí mi marcha, pude no saltar 
en busca de pared. Ni una palabra: 
sólo dos guasos, y amedrentamiento 
quizá real. La noche, en sus inicios.