Los cascos puestos, mientras tomo mate
y defragmento el disco duro, quieto
en mi sentida soledad o soto;
y al cuerpo ya no duele el acicate,
no rugen ya los autos al pasar.
Retomo mi costumbre, casquivana
por excesiva: pergeñar los roces
--tabaco con que aromo la mañana,
que arribará--, por si rompo los goces
de la distancia: nido, fiel durar.
¿Con qué saldrá la luz
de un sol que va viniendo?
¿Cómo contar de sus
caprichos y aspavientos?
Miro los ventanucos,
descanso en el apero
y, entre malvados cucos,
veo que llega Vero.
viernes, 26 de septiembre de 2014
martes, 16 de septiembre de 2014
VEREDA DE MI HOGAR
Yo tengo que colgar un ataúd
(el yo: los otros) de las flores, dichas
por los que ya no están (aún se escuchan)
porque pasaron y, a la vez, reír
--o sonreír, quizá-- porque el renuevo,
esto es, la primavera --¡rotación!--
hizo que de ramitas varias nuevas
hojitas (yemas, brotes) se formasen:
señal de actividad. "¡Cinco minutos!",
canta Marisa Monte: ¡la delicia
de ir viendo la pezuña (ése, su nombre)
de vaca cómo crece...! Se aminora
de nuevo la mirada: cuando riego
en la vereda. Hacerlo. Renacer.
(el yo: los otros) de las flores, dichas
por los que ya no están (aún se escuchan)
porque pasaron y, a la vez, reír
--o sonreír, quizá-- porque el renuevo,
esto es, la primavera --¡rotación!--
hizo que de ramitas varias nuevas
hojitas (yemas, brotes) se formasen:
señal de actividad. "¡Cinco minutos!",
canta Marisa Monte: ¡la delicia
de ir viendo la pezuña (ése, su nombre)
de vaca cómo crece...! Se aminora
de nuevo la mirada: cuando riego
en la vereda. Hacerlo. Renacer.
jueves, 4 de septiembre de 2014
DE NOCHE
Un auto bruscamente clavó frenos
muy cerca mío. Negro. No le vi
la cara al conductor. De la vereda
de enfrente asceleró, frenó a mi lado
y ahí permaneció, con el motor
latiendo, gran vulpeja que se esparce.
Seguí mi marcha, pude no saltar
en busca de pared. Ni una palabra:
sólo dos guasos, y amedrentamiento
quizá real. La noche, en sus inicios.
muy cerca mío. Negro. No le vi
la cara al conductor. De la vereda
de enfrente asceleró, frenó a mi lado
y ahí permaneció, con el motor
latiendo, gran vulpeja que se esparce.
Seguí mi marcha, pude no saltar
en busca de pared. Ni una palabra:
sólo dos guasos, y amedrentamiento
quizá real. La noche, en sus inicios.
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